sábado, 22 de noviembre de 2008

Altares del Caos

Un poema de Floriano Martins

Versión castellana de Benjamín Valdivia

1
Cuerpos, todos ellos iluminados por el oro
de su imagen insomne, pequeños fantasmas
devorados por la luz de la inercia, contagio
de caídas a flor de una atormentada utopía.
¿Quién nos abandona despierto en sí mismo?
¿Desterrados los largos planos urdidos en alarde
mientras el tiempo se estiraba en silencio?
¿Quién me sigue cuando sigo rumbo a lo visible?
Cuerpos de no se sabe cuál dolor, figuras
del abismo, sombras de nuestra propia sombra.

2
Cuerpos enteros en fuego, de celosos curupiras
que asombran la duda sagaz de las cenizas
en los mohosos escritos de un dios, todos.
¿Cuántos éramos? La suma de invocadas caídas,
un lar de entregas, albergues de la soledad.
Corriendo el mito oímos el lamento, tantos,
el corazón cubierto de dolores en cada habitante:
Todo aquí lo creamos a imagen del deseo, decía
la placa a la entrada. No se exige del fuego sino
que queme o ilumine, lo que fuera, todo.

3
¿Qué hicimos contra el dolor? ¿Qué planes?
Soluciones químicas, de rápido transporte,
euforia de demonios cada vez más raros de sí.
Continúe el caer, hasta que la caída desaparezca.
¿Para dónde nos movemos si nada se mueve
en nosotros? Lo que buscamos más allá de la caída
no pasa del retorno de la prodigiosa sombra
de lo que más tememos: simplemente pensar.
¿Por qué escribo? Porque así muere
mucho mejor en mi el asesino que soy.

4
¿Regresar de dónde? ¿Habrá sido largo el trayecto
si todavía no salimos de la codicia, del remordimiento
o del olvido? Si había algo en mí
escondido era el destino, de seguro zumbando
por las quejas y enjuiciamientos, el noble emporio
de valores de nuestro tiempo, trapos de memoria,
mercado de encantadoras criaturas que adoran
e injurian y matan y murmuran y encubren
los cuerpos cortados en fuego para que se anime
el día de la palabra que no falte a nadie más.

5
A la sombra del suceso, un ciego nos redime.
¿Qué hora tiene? Tal vez haya un crepúsculo
allá afuera. Algo que pueda atestiguar lo inamovible
de tantos cuerpos, asentarme en sus motivos.
¿Seremos sólo un mismo dolor ardiente, capricho
de alguna sombra que nos ausculta y define
mientras buscamos reposo y agonía, nuestros?
Cuerpos restados de nada, reescritos en el vacío.
Se tornan innumerable patrimonio de sus días,
gente de negocios que no parece humana.

6
Doble de mi propia muerte destinada,
atisbo de lo que represento, agonía íntima.
Antes discutíamos: ¿hay un consejo de hombres
o de dioses? Apenas un toque de la carencia.
Caricia de los puntos mágicos que actúan, sordos
amuletos, sumados a lo que de ellos hay en mí,
toda la tierra despeñada sobre el verbo, el sonido
de cintilaciones que urden al imagen que clava
el sentido en la piedra - sea el deseo la locura,
la poesía la azotada instancia del equilibrio.

7
¿Qué esperan de sí cuerpos que solamente ahora
dejan de sangrar? ¿Una muerte en tercera persona?
Todo los lleva a creer que somos parte de aquello
que fuimos. Si nos falta aire y aún bailamos,
luego seremos el aire y la danza olvidados en sí.
Nunca estamos camino de nada, nada, nada
en nosotros anticipa una cosecha por alcanzar.
Sombras que sangran en la noche al son de la duda.
Una rebaba de hábitos, penumbras de agonía,
verbo trocado con el infierno, rigores sin alarde.

8
Iluminados los cuerpos, a leerlos convidado fui.
Traje conmigo un rabino y la duda acerca
del origen de la caída. El dolor nos abandona
en la medida de la gloria de su rastrojal solemne.
Estamos aquí para el infierno y no hay medidas
para su vaticinio. Cuando mucho acentuamos
el propio fin, deseado con oculta precisión.
No nos libera el deseo de algo que sabemos.
Cuerpos sangran y fulgen y gozan y se abisman.
Nada puede el dolor de uno contra el altar de todos.

9
Perderse no es ya con el cuerpo, no tiene
cómo combinar los errores con sus aciertos.
¿Fidias aún esculpiría sombras? ¿Cuántos crímenes
albergará en tan preciosa arcilla? No importa
qué nombre le demos, una vez aceptado su arte.
Me explicó un día que ellas significaban por
sí mismas y que apenas les da un cuerpo.
Cafute, Azufrado y El Maligno, misma y múltiple
figura que baila con el lenguaje del asombro
abatido, espléndido, significando casi nada.

10
¿En qué tiempo ocurre el verso? ¿De dónde proviene
todo el mal de la poesía? Mira el viejo dolor, la sombra,
ve que nos asombra su ardor. Furtivas
serpientes de la imagen, el maizal de sus lunas.
Si no viene de la nada no es creación, me dice
la disforme criatura que semanas ha residía
en los fondos de una taberna, desnuda ardiendo en frío.
No pasa de débil atisbo el arte hoy aceptado,
vértigo del doble, delirio de otro prometido.
Para librarse de ese letargo sólo hay que crear.

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